viernes, 11 de septiembre de 2009

Pase de Magia

Ariel Scher, periodista de Clarín del que ya hemos publicado un cuento, relata la historia de un mago capaz de modificar ciertas cosas del fútbol y deja una enseñanza para poder cambiar la realidad. Esperamos que les guste.

Por eso era El Mago. Porque se animaba a todo y porque ya hacía un tiempo largo que había demostrado que en el fútbol conseguía lo posible y lo imposible. Sobraban pruebas. Una tarde castañeteó los dedos y logró que un marcador de punta aficionado apareciera protagonizando una final profesional como centrodelantero. Otra vez fantástica, susurró tres palabras y provocó que un mediocampista arrogante quedara sepultado por una colección de pelotas. Un mediodía sin olvido, enterado de que en una barrio pobre querían una cancha cubierta, puso la mano en un bolsillo y sacó palomas hasta sumar cuatrocientas que, juntas y apretadas, formaron un techo perfecto. Había más: una leyenda de la que él prefería no hablar aseguraba que era hincha de un equipo barrero y que, en un día decisivo, hasta había sido capaz de hacer llover.

Porque era El Mago, por eso mismo, es que esos hombres lo fueron a ver. Se compadeció de ellos en un minuto: hablaban con la urgencia de los desesperados y cada vez que pestañaban removían en el aire una angustia. Era evidente: se trataba de gente que sufría.

"Discúlpenos, Mago, pero nos ocurre algo horrendo —explicó uno de los hombres—. Somos personas que amamos al fútbol. Con pasión, sí; pero con salud. Y estamos en problemas". El hombre dejó correr apenas un silencio, como si tanto dolor lo obligara a un reposo breve, y después siguió. "Queremos que vea", dijo, y le mostró las imágenes de miles insultando a otros miles en un estadio. "Queremos que oiga", agregó, y le pasó la grabación de un comunicador deportivo que, por dinero, parloteaba a favor de un candidato a algo. "Queremos que lea", pidió, y le dio un recorte en el que se detallaba cómo un empresario era "dueño" del pase de un chico de 16 años. "Queremos que sepa", afirmó, y le contó que había entrenadores que sostenían que un partido sin goles era un partido perfecto. "Queremos que nos ayude. Todo esto es insoportable", imploró el hombre. Y casi se puso a llorar.

El Mago se comprometió a intentar. Apeló a paños y a pañuelos de cada color, y a libros cargados de trucos, y, además, a una bruja retirada, todo un pozo de saber, que le había enseñado de qué manera mover una varita mágica para que un arquero eternamente suplente fuera alguna vez titular.

Entonces, El Mago convocó los hombres. "Señores —les confesó—, no puedo. Sucede que yo soy apenas un obrero de las ilusiones y ustedes están ardiendo por las miserias de la pura realidad. Pero no se desesperen. Se los digo convencido: pronuncien fuerte sus indignaciones, denuncien tanta trampa grosera, rechacen el poder de la mediocridad y, en especial, organicen la rabia. En el fútbol y en mil cosas, la mejor magia de todas es desear, es soñar, es luchar". Luego metió las manos en su galera, dibujó una sonrisa de artista y regaló dos maravillas. Porque era mago, primero sacó un conejo. Porque era un hombre, después sacó una esperanza.

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