viernes, 20 de noviembre de 2009

La leyenda del fútbol, según Ariel Scher

Durante muchos años, en el Bar de los Sábados —un sitio donde sólo se hablaba de fútbol, lo que significaba que sólo se hablaba de la vida— la creencia dominante fue que el fútbol resultaba natural para los hombres porque en el centro mismo de la Tierra había cientos de pelotas que latían irradiando el juego. Esa teoría la había expuesto cuando todavía era joven uno de los viejos mozos del lugar y quedó instalada casi con la firmeza de una verdad hasta que el último sábado un parroquiano nuevo llegó más que ansioso y pidió la palabra. Todo el Bar de los Sábados hizo una cumbre de silencio cuando ese muchacho explicó, paso a paso, la Leyenda de la Hoja.

"Estuve investigando —contó— y creo que ya sé por qué el fútbol es natural para los hombres". El viejo mozo sintió que mil escalofríos se apoderaban de su cuerpo flaco y de su delantal blanco, pero el muchacho siguió: "En una edad muy antigua, un chico tenía una tarde de aburrimiento y tiró una hoja, una hoja de árbol cualquiera, en un río. La hoja flotó un día, un mes, un tiempo que nadie puede precisar, hasta que se juntó con otras hojas que se le fueron pegando por los sedimentos del río. La furia del viento, y los golpes de las rocas, y los humores del agua atacaron millones de veces a esas hojas que, como único recurso para defenderse, se arquearon unas sobre otras hasta formar una esfera. En las décadas y en los siglos que vinieron, otras hojas se adhirieron a aquella esfera, siempre manteniendo la forma redonda para sobrevivir en conjunto. Hasta que otra tarde, ya muy distante de la que dio comienzo a la historia, la esfera de hojas navegó hasta una costa donde otro chico aburrido la paró con el pie derecho y empezó, de inmediato a jugar".

Por primera vez en su relato, el muchacho se permitió una pausa. Fue suficiente para que un hincha de mil partidos se advirtiera emocionado. Luego, el muchacho concluyó: "El fútbol es eso. Fuerzas que se juntan por casualidad y terminan siendo un todo, un viaje del aburrimiento al entretenimiento, algo generado en la naturaleza que se volvió natural para los hombres".

Cuando terminó la exposición, un aplauso largo recorrió las paredes del Bar de los Sábados. El mozo de la vieja teoría se sacudió los escalofríos de su cuerpo flaco y de su delantal blanco, dijo "es una buena leyenda" y, sonriente, sirvió, de nuevo, café.

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