viernes, 3 de julio de 2009

Futbol atorrante, segunda parte

Alejandro Dolina, a quien ya hemos presentado en notas anteriores, detalla las dificultades que muchas veces se tienen que sobrepasar para poder organizar un partido, tanto de fútbol como de otro deporte. Por otro lado también pone de manifiesto diferentes situaciones que vivieron los clubes cuando dieron sus primeros pasos, asi como a Estrella le pasó hace poco más de una década.

Orígenes y dificultades
Un equipo atorrante puede nacer de mil maneras distintas. A veces se compone de caballeros que trabajan en la misma panadería. En otras ocasiones, sus integrantes van al mismo colegio. O viven en el mismo barrio. O los echaron de un equipo anterior. Hubo una época en que no se concebía un grupo de más de diez personas que no tuviera su propio equipo de fútbol. Empresas, oficinas, herrerías, sociedades literarias y simples patotas han dado nacimiento a temas de tan glorioso recuerdo, que a veces uno sospecha que la fundación de ciertas entidades comerciales no ha sido sino el pretexto para la aparición del equipo de fútbol correspondiente.


Sin embargo no todo es tan fácil como parece. Hoy en día resulta bastante dificultoso juntar once. Yo recuerdo épocas en que cada vez que aparecía una pelota, había que echar a patadas a los postulantes. Ahora todos son estrellas. Este no puede porque tiene que viajar a Saladillo. El otro se va a la pileta. Al de más allá, la mujer no lo deja. Después quieren que el fútbol ande bien con semejante morralla. Otro inconveniente es conseguir rivales.
-No, nosotros estamos en un campeonato.
-No, nosotros jugamos solamente contra equipos de otras empresas.
-No, este fin de semana ya tenemos partido.
-No, nosotros jugamos nada más que los lunes.
-No, a esa hora ni locos. Es un infierno, les garanto.

Supongamos que usted ha conseguido a once malandras y que ha concertado un desafío contra unos tipos de San Isidro el domingo a las nueve de la mañana en la cancha del Parque Hernández, en San Martín.

La noche anterior usted empieza a sufrir. Porque de golpe y porque sí, dos tipos se borran. Hay que conseguir otros dos. Entonces usted comienza un espantoso peregrinaje en busca de reemplazantes. Y llama por teléfono o toca los timbres de sujetos que usted jamás convocaría en circunstancias normales. Y -para peor- los muy canallas se hacen los difíciles.

- ¡Eh, recién ahora me avisás! Y usted ruega y se arrastra por el suelo ante troncos irrecuperables tratando de arrancarles la promesa de su asistencia. Al final, cerca de la medianoche, el equipo queda completo, con la desagradable presencia de un pibe de once años y de un cuñado suyo que ni zapatillas tiene.

Algo más tranquilo, usted procede a preparar su ropa. Indumentaria clásica: un par de medias llenos de agujeros. Otro par de medias para usar debajo, que también tiene agujeros, pero en otra disposición. Un pantalón con tierra del partido anterior. Un par de zapatillas gastadas y otras decididamente inservibles, para prestarle a su cuñado. Hay también canilleras, pedazos de trapo, piolines y otras basuras que suelen guardarse en la bolsa, más que nada para no tirarlas. Después de esta operación, antes de acostarse, usted mira el cielo. Y con indignada consternación descubre algo espantoso: se está nublando.

Son las cuatro de la mañana y usted permanece despierto. Truena. Sopla viento. ¿Lloverá? ¿Podremos jugar igual? ¿Desertará algún pusilánime ante la ventisca? Transpirando a causa de la incertidumbre, usted se duerme a las cinco. Pero a las ocho ya está en pie. Despierto y con el corazón ardiente. Ha limpiado. Sin nada en el estómago, usted se constituye en la cancha del Parque Hernández. Cuando llega son las nueve menos cinco. Y le espera una sorpresa desagradable: usted es el primero. Pasan dos colectivos sin detenerse. El panorama es desolador.

Sin embargo, en una punta del parque, como a cien metros de allí, hay unos morochos peloteando. Usted piensa que pueden ser sus compañeros que han llegado más temprano. Trota hasta llegar a ellos: se trata de desconocidos. A las nueve y diez llegan otros atorrantes.

-¿No vino nadie? -preguntan inquietos.

-No- contesta usted.

Entonces los recién llegados se desesperan y se indignan. Los contrarios tampoco aparecieron. El partido peligra. Cada vez que se detiene un colectivo, la esperanza ilumina a los reos. Desde antes que el coche pare, ya se van agachando para palpitar a través del parabrisas el arribo de algún otro malandra. -A esta hora ya no viene más nadie -dice alguien.

Finalmente, a las diez menos cinco, con los nervios destrozados, usted empieza a jugar.

2 comentarios:

CLAUDIO dijo...

COMO SALIERON CON PLATENSE EN TERCERA?

Damián Gómez dijo...

El partido fue suspendido por la AFA como medida de prevención para evitar la expansión de la gripe A. Todavía no se sabe cuando se jugará.
Saludos